viernes, 29 de agosto de 2014

El hombre sin cabeza

L'homme sans tête (El hombre sin cabeza) Director: Juan Solanas

Leo en el libreto que acompaña a una recopilación de cortos europeos que en una época en la que las películas se están convirtiendo cada vez más en un producto comercial, los cortometrajes son uno de los últimos reductos de libertad artística y por ello es importante que no desaparezcan.
Tarde, pero con fascinación, he descubierto un cortometraje de 2003 del francoargentino Juan Solanas, El hombre sin cabeza, que recibió entre otros el Premio del jurado en el Festival de Cannes. Ocurre con los buenos cortos en el cine como con los buenos relatos breves en literatura, que son pequeñas piezas de orfebrería, preciosas y perfectas. Este es uno de esos casos, sin lugar a dudas.

Como no puede ser de otra manera el protagonista de esta joya cinematográfica es un hombre sin cabeza, cuyo cuerpo vestido de frac bien podría ser el de Gene Kelly o el de Fred Astaire. Se encuentra de espaldas frente a la ventana de su apartamento desde la que contempla un paisaje industrial poblado de chimeneas humeantes y zepelines. De improviso suena el timbre y alguien le entrega dos entradas para un salón de baile. En cuanto se queda solo, el hombre sin cabeza toma la fotografía de una joven y mientras la contempla con gran emoción, marca un número de teléfono. 

–He recibido dos invitaciones para el baile de esta noche y me preguntaba si le gustaría acompañarme.
–Sí. ¿A las 19:00?
–A las 19:00. De acuerdo.
-–(...)
–Sí, está justo al lado... Hasta luego.

En la siguiente escena el hombre, tras deambular por algunas calles desiertas, entra en una singular tienda de cortinas rojas y espejos con ecos de latidos ventriculares de fondo, como si acabase de hacer un viaje alucinante al interior del corazón, para comprase una cabeza. Tras varias pruebas, el hombre sale de la tienda con su adquisición en una caja bajo el brazo y se dirige a comprar unas flores. A la hora acordada, el hombre sin cabeza entra en el café y descubre que la joven lo espera ya en una mesa del fondo, así que corre con su caja a los aseos para colocarse la cabeza recién comprada antes del encuentro. 

Frente al espejo vemos la cara de un joven que ensaya gestos con naturalidad, con especial empeño en su sonrisa, una amplia y bella sonrisa que tras varios intentos se convierte en risa y luego en carcajada, la muestra perfecta de una alegría exultante. Es perfecta. De modo que el hombre se ajusta la pajarita para salir y es en ese momento cuando descubre, con intensa aflicción, que el color de sus manos es diferente por completo al de su cara, lo que evidencia de forma palmaria que no es suya. 

Así las cosas, el hombre sin cabeza, es decir, el hombre enamorado, se presenta con su verdadero rostro aparentemente invisible ante la joven y ésta, inopinadamente, lo contempla con amor, como si estuviese ante un Gene Kelly o un Fred Astaire. 

Lo peor de las cabezas nuevas es que aprietan, como los zapatos, que cuesta trabajo forzar con ellas ciertos gestos sencillos como levantar las cejas o sonreír con naturalidad. Porque los rostros que no son nuestros, aquellos con los que fingimos ser otros ante el ser amado, enseguida hacen ampollas si no encajan bien. Por eso conviene ser extremadamente cuidadoso a la hora de elegir cabeza para una cita o mejor no elegir ninguna. Al fin y al cabo el otro nos verá seguramente a su antojo y de manera equivocada, lo que dará de nuevo la razón a Sartre en aquello de que si dos están de acuerdo, es por un malentendido.

Todo esto nos relata Solanas en su bellísimo corto de estética pictórica con claros referentes a Magritte y a De Chirico. El hombre sin cabeza es una obra de arte que emociona por su ejecución y por su contenido. Una obra singular e inolvidable.

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