Foto de la videoinstalación de Ragnar Kjartansson: The Visitors (2012) |
Hubiese
preferido grabar su voz con el móvil, me gusta lo que cuenta y
nunca logro recordar los detalles, pero no quiero que se cohiba, que
piense que voy a utilizar lo que dice, palabra por palabra, como material
literario. Y es casi así, realmente. A menudo me pregunto por qué hacemos esto los escritores, por qué nos comportamos como caníbales, como depredadores de
historias ajenas. Pienso en Jannet Malcolm y en su concepto "asesino"
del periodista; su postura, su actitud,
moralmente indefendible, y no puedo evitar compararla con la del narrador.
Periodista, escritor, narrador, qué más da. Jibarizamos de un modo parecido, con mayor o
menor ensañamiento, con una postura tomada de antemano, a favor o en contra de
nuestros entrevistados o de nuestros personajes. Y me vienen a la cabeza, también, ese consejo de Banville a los
jóvenes que escriben: "Dejad la literatura. Haréis daño a vuestras familias, los avergonzaréis".
Y, sin
embargo...
Pienso en
ese verso de Kobayashi Issa: "Y, sin embargo", con el que termina un
haiku que habla del instante inmutable y suspendido en que el mundo es
contemplado bajo su capa silenciosa de rocío. Ese "y, sin embargo"
que abre la grieta de la incertidumbre, de lo imprevisible. El pensamiento que
se rebela y se revela. Que contradice. Que no acaba de estar de acuerdo.
No hagáis daño
a vuestras familias, no. Pero sabed que eso no es necesario. Que hay una manera
de enfocar los hechos más humana o posthumana, si se quiere –Posthumana soy yo
con mi tablet, me enseñó Rosi Braidotti en aquella entrevista–. Una forma de
convertir la experiencia del otro en un cuento bueno, lenitivo, o por lo menos
esperanzado. Tan esperanzado como el GM604, de los Laboratorios Genervon, del
que hablaré luego, en algún momento, supongo.
(©maríajosécodes)