miércoles, 27 de febrero de 2013

Perdida en el mundo


El primer ademán que hacía yo, al despertarme, era cogerle el sexo, que le había enderezado el sueño, y quedarme así, como aferrada a una rama. Pensaba: "Mientras esté agarrada a esto no estoy perdida en el mundo". Y, si pienso hoy en lo que significaba aquella frase, creo que lo que yo quería decir era que no había nada más que desear, sólo cerrar la mano para asir el sexo de aquel hombre.

Ahora está en la cama de otra mujer.

Es posible que esa mujer haga el mismo ademán: tender la mano y cogerle el sexo. He estado viendo esa mano durante meses. y me parecía que era la mía.


(La ocupación, Annie Ernaux)


Black Marble. Jeff Burton


viernes, 22 de febrero de 2013

Las hermanas Belladona



David Lachapelle


Tony Durán era un aventurero y un jugador profesional y vio la oportunidad de ganar la apuesta máxima cuando tropezó con las hermanas Belladona. Fue un ménage à trois que escandalizó al pueblo y ocupó la atención general durante meses.


(Blanco Nocturno, Ricardo Piglia)



domingo, 17 de febrero de 2013

Otro ángel oscuro


Empuja la puerta para cerrarla, pero antes de que lo haga Eusebio se adelanta, como un intruso, y pone sus dedos en el quicio, sofocado. Marcia le observa un instante con susto, pero al ver que él se detiene allí, en el borde mismo de la puerta, no grita ni hace nada. Se queda mirándole extrañada: ojos quietos, templados, apacibles. En su rostro hay un gesto manso: deleite o alegría. Eusebio se da cuenta y le sonríe. "¿A qué se dedica?", pregunta sin discreción. Ella no se ofende por la curiosidad, por la impertinencia. Aprieta los labios con coquetería: "Contabilidad, informática, administración de empresas", dice silabeando. Eusebio ríe la burla y aprovecha esos segundos de mudanza para examinar la oreja de Marcia, el lóbulo sin pendiente, el cartílago curvado. A Eusebio le gusta morder la oreja de las mujeres, metérsela por completo dentro de la boca y recorrer sus fosas con la punta de la lengua: siente deseos de acercarse a Marcia, apartarle el pelo hacia la nuca y comenzar a lamerle los surcos del oído, pero sabe que no puede hacerlo sin recibir antes una orden.

(La mujer de sombra, Luisgé Martín)



Edward Weston

domingo, 10 de febrero de 2013

Kazabaika


      «Amado mío: No te veré hoy ni mañana, sino 
hasta pasado mañana, y ya como mi esclavo. 
Tu dueña, Wanda.»


Las palabras «como mi esclavo» estaban subrayadas. Leí una vez más el billete, recibí de buen humor la nueva mañana, y disponiendo que me ensillaran un asno, un verdadero burro sabio, me fui a la montaña a ahogar mi dolor, a engañar mis ardientes deseos en la grandiosa naturaleza de los Cárpatos.

Dalí levantando la piel del mar Mediterráneo para mostrar a Gala...

Heme aquí de vuelta, fatigado, hambriento, muriéndome de sed, y sobre todo, de amor. Me visto a escape y llamo poco después a su puerta.

—¡Adelante!


Dalí levantando la piel del mar Mediterráneo para mostrar a Gala...

Entro. Ella está en medio de la habitación, cruzados los brazos sobre el pecho, las cejas fruncidas, vestida con un traje de seda de un blanco desvanecedor, como el día, y con una kazabaika de seda escarlata, guarnecida de rico y soberbio armiño. Sobre sus cabellos empolvados, como de nieve, descansa una diadema de diamantes.

—¡Wanda! —avancé hacia ella en ademán de abrazarla. Ella retrocede un paso, midiéndome con la vista de arriba a abajo.
—¡Esclavo!
—¡Mi dueña! —me arrodillé y besé la orla de su vestido.
—Está bien.
—¡Cuan bella eres!
—¿Te gusto? —se aproximó al espejo y se contempló con altanera satisfacción.
—¡Voy a volverme loco!
Hizo un gesto de desdén y me contempló burlona a través de sus párpados entornados.
—Dame el látigo. Miré a mi alrededor.
—¡No, continúa de rodillas! —fue a la chimenea, tomó el látigo, y mirándome mientras reía, le hizo silbar en el aire. Después se levantó muy despacio las mangas de la kazabaika. Yo murmuraba:
—¡Admirable mujer!


(La Venus de las pieles, Leopold von Sacher-Masoch)


martes, 5 de febrero de 2013

Primero, en el dolor cósmico

Étant donnés. Marcel Duchamp 

Existe un dolor cósmico, y no está registrado. Nadie aquilata el sufrimiento, no solo de los insectos que aplastas al andar sino, por ejemplo, de los que son devorados vivos sepultados en un embudo de arena por la tenebrosa larva de la hormiga león, o empaquetados, congestionados, asfixiados en su red por la tenaz araña...Tuvo un acceso de tos, muy fuerte, noté cómo se contraía su ano, su recto, y en plena eyaculación, enorme, agónica, apreté de tal modo su torso tísico que oí crujir las vértebras, aflojé asustado el abrazo y ante la carencia de unos pechos que apretar cogí su cabeza y le mordí con fuerza en la nuca mientras los aromas de su cabello me hacían enloquecer aún más todavía. Creí morir. (Y ella también, aunque por distinto motivo.)

(Familias como la mía, Francisco Ferrer Lerín)