domingo, 10 de febrero de 2013

Kazabaika


      «Amado mío: No te veré hoy ni mañana, sino 
hasta pasado mañana, y ya como mi esclavo. 
Tu dueña, Wanda.»


Las palabras «como mi esclavo» estaban subrayadas. Leí una vez más el billete, recibí de buen humor la nueva mañana, y disponiendo que me ensillaran un asno, un verdadero burro sabio, me fui a la montaña a ahogar mi dolor, a engañar mis ardientes deseos en la grandiosa naturaleza de los Cárpatos.

Dalí levantando la piel del mar Mediterráneo para mostrar a Gala...

Heme aquí de vuelta, fatigado, hambriento, muriéndome de sed, y sobre todo, de amor. Me visto a escape y llamo poco después a su puerta.

—¡Adelante!


Dalí levantando la piel del mar Mediterráneo para mostrar a Gala...

Entro. Ella está en medio de la habitación, cruzados los brazos sobre el pecho, las cejas fruncidas, vestida con un traje de seda de un blanco desvanecedor, como el día, y con una kazabaika de seda escarlata, guarnecida de rico y soberbio armiño. Sobre sus cabellos empolvados, como de nieve, descansa una diadema de diamantes.

—¡Wanda! —avancé hacia ella en ademán de abrazarla. Ella retrocede un paso, midiéndome con la vista de arriba a abajo.
—¡Esclavo!
—¡Mi dueña! —me arrodillé y besé la orla de su vestido.
—Está bien.
—¡Cuan bella eres!
—¿Te gusto? —se aproximó al espejo y se contempló con altanera satisfacción.
—¡Voy a volverme loco!
Hizo un gesto de desdén y me contempló burlona a través de sus párpados entornados.
—Dame el látigo. Miré a mi alrededor.
—¡No, continúa de rodillas! —fue a la chimenea, tomó el látigo, y mirándome mientras reía, le hizo silbar en el aire. Después se levantó muy despacio las mangas de la kazabaika. Yo murmuraba:
—¡Admirable mujer!


(La Venus de las pieles, Leopold von Sacher-Masoch)


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