lunes, 16 de junio de 2014

Larga vida a lo azul

En 1960 Yves me llamó de nuevo. Acababa de llegar a España, después de un largo viaje por Japón, y quería proponerme un trabajo muy especial. Me resultaba difícil explicárselo a Mario, porque las ideas de Yves siempre implicaban que me desnudase para él, de modo que pretexté una enfermedad para que no me recogiese en Franché.
Nos reunimos en su hotel, cerca del Museo del Prado. En su habitación me habló de las zonas de sensibilidad pictórica e inmaterial y quedé convencida. El acto tendría lugar en una galería de París. A Mario le dije que había surgido un pase de modelos urgente por el que debía ausentarme una semana y le rogué que me acompañase pues sabía que nunca dejaría sola a su mujer, ser descubierto le producía ataques de pánico. De no haberle dicho nada hubiese sospechado.
Pierre, el amigo de Yves, me recibió en el aeropuerto. Me informó de algo inesperado: yo no sería la única. Enseguida deduje que Yves no había querido darme explicaciones directas y en su lugar había enviado a Pierre. La cuestión era que la función iba a congregar a más gente, entre amigos artistas y críticos, de lo que pensaban, pronto rondarían las cien personas. En tales circunstancias habían tenido que incluir a dos mujeres más; un trío sería perfecto, pensaron. Me imaginé algo parecido a un Nacimiento de Venus de Botticelli. Pero tú serás la única a quien él tocará con sus manos, me aseguró Pierre.
No vi razones para quejarme, siempre cobraba por mis trabajos y los que hacía para Yves me resultaban gratos y estimulantes.
Antropometría. Yves Klein
Aquella noche cenamos los tres juntos pues tenía que conocer los pormenores de la sesión que duraría unos cuarenta minutos. Dormimos en mi habitación, la cama era para tres, y a la mañana siguiente, tras el desayuno, me dejaron sola. Me presentaría con una hora de antelación.
Entré por la puerta de atrás, todos los actos de la Galerie Internationale d'Art Contemporain eran acontecimientos mediáticos y la puerta principal estaba llena de fotógrafos a la espera.
En la trasera de la sala habían montado unos camerinos provisionales con espejos y biombos repartidos como mamparas de separación. Las otras dos mujeres, francesas y algo más jóvenes y delgadas que yo, hablaban entre ellas en voz baja. Se las veía cómplices y temerosas a un tiempo. Les hablé en francés y me presenté como “amante” de Yves. Nadie pareció ponerlo en duda.
Yves apareció, vestido de esmoquin, unos minutos después y me dedicó mayor atención que a las demás, quizá porque yo era la única que conocía su modo de pensar y lo que se proponía aquella tarde.
De la sala llegaban los murmullos del público creciente. A la hora fijada comenzó a sonar la Sinfonía de una sola nota.



©MJCodes

domingo, 1 de junio de 2014

Pulsión

Larry Sultan. West Valley Studio n. 11


(…)


Limitan las paredes, cortinas opacas 
evidente pulsión pornógrafa.
Inalcanzable peepshow.
Según el ánimo del protagonista
el espectáculo 
de pagar por mirar,
sabe a secreto religioso
o a simulacro socialmente armónico 
en cálidos burdeles.


(…)


(Ahora vivo en Greenwich, MJCodes)