“Cada vez que bailo y me canso me pregunto: ¿por qué
lo hago?
No puedo saltarme un día porque me duela. Y si me lo
salto, se me encogen los hombros y me duele más la espalda.
Te sientes prisionero de tu cuerpo, de la necesidad
de bailar”.
Sergei Polunin
Fotograma de la película Dancer, de Steven Cantor |
Sonríe
Polunin al decir estas palabras, pero su rostro es el de alguien que sufre. Su
sonrisa es amplia y melancólica.
Sergei le habla
a la cámara y Steven Cantor rescata la imagen de entre los documentos filmados
de la vida de Polunin, para su película documental Dancer. Se encuentra en el camerino de artistas, durante su
representación de Espartaco, en Novosibirsk (Siberia, 2014). Se trata de una de las
giras por Rusia de la Compañía Stanislavsky de Moscú. El director de la
compañía, Igor Zelensky, se ha convertido en el mentor y casi en el padre del
bailarín, tras la crisis que le hizo abandonar su carrera de primer bailarín
del Royal Ballet, a sus 25 años.
Es una de las mejores escenas de la película Dancer.
Sergei acaba de terminar el segundo acto de la representación de Espartaco. Suspira. En realidad el
suspiro es más un lamento. Un aullido. “Qué cansancio”, dice, mientras se
despoja de la malla y se queda casi desnudo, de pie. La piel brillante por el
pecho y los hombros. La cara y el cabello empapados. “¿Necesitas algo?”, le
pregunta Polina, la joven asistente. “No, gracias”. Y se sienta en el brazo del
sillón.
Las zapatillas de baile, las mallas y algunas prendas más se hallan dispersas
por el suelo. Su cuerpo parece apaleado: las rodillas rojas, las venas de las
piernas inflamadas, los pies amoratados, las articulaciones de los dedos,
deformes por la incesante tortura del baile.
Alguien entra en el camerino, un joven que pasa por delante de la cámara y
antes de desaparecer de la imagen dice con entonación monótona: “Tú puedes,
Sergei”. Polunin asiente y se vuelve a colocar la malla.
Regresan las escenas de Polunin en Espartaco.
“Cada vez que actúo es una lucha con las emociones. Con el cansancio, la furia,
la frustración”. Es la coreografía perspectivística y vehemente de Yuri
Grigorovich. El teatro está abarrotado. La música de Khachaturian marca la
última batalla. “No escogí el baile, lo escogió mi madre”, suena la voz en off
de Polunin. Escena XII. Espartaco y sus hombres luchan contra las imparables
fuerzas de Craso. “Esperaba lesionarme para no poder seguir bailando”. El
combate es desigual y el gladiador es crucificado por las lanzas de los
romanos.
Polunin en Espartaco |
Todo esto sucede entre los minutos 44 y 50 de la película de Steven Cantor:
Dancer (2016).
Después de abandonar Londres, Sergei Polunin pretendía establecerse en los
Estados Unidos, pero allí ninguna compañía quiso arriesgarse. Su fama de
cocainómano y de enfant terrible de
la danza le precedía. Tuvo que volver a Rusia y empezar desde cero; llegando
incluso a concursar en el programa de TV, Gran
Ballet, como si aún tuviese que demostrar quién era, qué clase de talento
genial tenía. Como un principiante.
En el concurso resulta vencedor, el precio del triunfo incluye responder a
simplezas sobre su vida, bobadas para la audiencia televisiva. La presentadora
le interroga y él responde con humildad. “¿Qué es esto?”, pregunta. Se refiere
a la marca de un zarpazo en el pecho, cerca del hombro izquierdo. “Es un
tatuaje”. Tiene muchos, por todo el cuerpo, y ha de cubrírselos con maquillaje
cuando sale a bailar. “¿Qué pone ahí?”, señala uno de sus dedos. “Dinero
sucio”, y ambos se echan a reír. “¿Por qué?”. “Me gusta la canción”. “¿De
quién?”. “De P. Diddy”.
Photo: RICK GUEST |
Igor Zelensky le saca de ese lugar indigno de su carrera, pero de nuevo
surge el desaliento y la frustración. La compañía Stanislavsky tampoco le
ofrece lo que necesita, por eso toma la decisión de abandonar la danza.
Entonces llega la catarsis. Se reúne en Los Ángeles con su mejor amigo, el
coreógrafo londinense, Jade
Hale-Christofi, y le propone hacer algo diferente al estilo clásico.
Quiere que cree la coreografía de su último baile, con la música de la canción Take me to Church, del cantante irlandés
Hozier.
En 2015, Polunin, Hale-Christofi y
el fotógrafo David LaChapelle, viajan a Hawai para grabar en Maui. No es un
videoclip, dice LaChapelle. Es más bien la historia de una búsqueda de la
identidad. La historia del esfuerzo, de la destreza de Sergei, de sus
conflictos…
La grabación se sube a internet y se hace viral.
En la actualidad cuenta con más de veintidós millones de visitas.
El resto de la película y de la vida de Sergei
Polunin, a sus 28 años de edad, es el camino a la reconciliación y a la paz.
Pero la paz nunca es duradera.
©MCodes
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