sábado, 3 de enero de 2015

Perspectiva Foster Wallace para empezar el año


Leo el discurso que dio David Foster Wallace en 2005 a los recién licenciados de la universidad de Keynton en Ohio, sin poder evitar pensar en su dependencia de los fármacos para las depresiones y en la ineficaz fenelzina que le dejó, al final, indefenso ante el abismo.

Se me ocurre que nadie como él para hablarnos de la confusión que nos rodea y del estado mental con que afrontarlo. Comienza su discurso con una fábula de peces: dos peces jóvenes se cruzan con otro viejo que les saluda: “Buenos días, chicos ¿cómo está el agua?” Los peces jóvenes se miran extrañados y uno de ellos pregunta al otro “¿Qué diablos es el agua?”.

No se identificaba el autor con el pez viejo, pero lo era, porque la edad da cierta perspectiva, la suficiente para no perder la consciencia de lo obvio, de la realidad exterior. La suya era la mirada capaz tomar en cuenta lo de fuera, lo que no era solo “sí mismo”, una mirada respetuosa en desuso, desprogramada, de perspectiva tan poco habitual para los practicantes del egocentrismo, como la de los colibrís o la de los trenes elevados. 

Siren. Christy Lee Rogers (Underwater photo) 
La forma de mirar el mundo es el modo que elegimos para pensar, para filtrarlo todo y amalgamarlo en ideas. La mirada se transforma en pensamiento, por eso el pez viejo de la fábula piensa de un modo y los jóvenes de otro. Habla Foster Wallace de desprogramarse del egocentrismo al que tendemos, algo que no resulta fácil. Uno se levanta y ya no mira por la ventana para consultar la temperatura y la predicción meteorológica del día, lo hace desde su ordenador o su smartphone, lo que enseguida conduce a la siguiente cadena de acciones: la revisión del correo electrónico y la primera actualización de estado en redes y chats. Hay que llegar a tiempo al trabajo, pero antes ya habremos leído algunas noticias para comentar o compartir de inmediato con nuestros seguidores y amigos en nuestras cuentas sociales. 

Hoy en día uno debe mostrarse seguro de sí mismo y perder el culo para decir algo, lo que sea, acerca de los temas de actualidad, antes que nadie preferiblemente. Es crucial subir a Twitter o a Facebook lo que se opina sobre tal o cual situación, sobre tal o cual persona, sin discriminar si hablamos en abstracto de una idea política, social, o filosófica, o si estamos destrozando la reputación de un desconocido, o incluso de un compañero. Porque lo importante es mostrarse enérgico, tajante, ingeniosamente despótico… Es la batalla diaria contra el mundo para conseguir popularidad, para inflar el ego –momento selfie.

Si quitamos a los personajes públicos y a los intelectuales de prestigio ¿quiénes de entre los desconocidos cosechan mayores admiradores en Twitter o Facebook? Yo diría que los más dogmáticos, o como dicen los británicos, los más “opinionated”, un adjetivo que suena muy gráfico y preciso en este contexto. Y estos incluyen a los más “ingeniosos”, “divertidos” “charlatanes” y/o “malhumorados”, de entre los que critican hasta el escarnio a mayor número de personas.

Sinceramente, fatigan mucho esos pequeños opinadores de pacotilla que ni conocen el mar en el que se mueven, ni saben que el respeto es la distancia adecuada para no asfixiar el entorno y las especies. 

Veo una tendencia general por cerrar las compuertas de la mente para hacer un chapucero trabajo de interiorismo, más que de introspección. Importa proyectar una imagen rápida de capacidad crítica, destilada en sucesión de tuits de 140 caracteres, con o sin foto, o de estados coléricos en Facebook. Y en caso de que este impulso falle, siempre está la desnudez emocional, que vende mucho –momento selfie.


Swimming Pool. Instalación de Leandro Erlich

Parece que se tratase, ante todo, de pisar fuerte, pisar dos veces, pisar siempre rumbo a más, rumbo a peor; de demostrar cuánto carácter tenemos, con qué par de cojones/ovarios decimos lo que se nos viene a la cabeza sin procesar –llegados a este punto suele haber una pequeña camarilla de descerebrados que gusta de ovacionar el desatino, para el que tienen mucho ojo–. Nunca desdecirse ni dudar, por muy absurdo o brutal que sea lo dicho. Lo importante es epatar (pensábamos que esto había pasado de moda, pero no, la tendencia ha vuelto con más fuerza viral que nunca). La moda es el culto a uno mismo en cuerpo, alma y pensamiento –momento selfie–, los demás son estúpidos, frikies o una puta mierda, por definición. 

¿Qué ha sido de la duda? ¿Acaso ya no se considera la duda el motor del pensamiento?

¿Y la humildad? Lo sé, lo sé, esto suena a rollo moral o ético, tal vez hayamos banalizado el término –sobre todo en España, tantos años de confesionalidad católica dan mucho de sí, por desgracia–. Foster Wallace avisa y repite varias veces que su discurso no va de virtudes y esas zarandajas, sino de educación del pensamiento, de liberación de la tiranía solipsista, con la que uno viene configurado por defecto. Alude al viejo tópico que dice “la mente es un empleado excelente pero un amo terrible”.

Es cierto que la rutina diaria y la mayoría de las noticias de la actualidad son un asco, que ciertas personas con responsabilidades sociales nos han traicionado; pero, hay también otra realidad, verdades que desconocemos, situaciones ajenas que no nos hemos parado a considerar. 

Dice Foster Wallace que sentirse hastiado y pensar en lo pervertidos y egoístas que son los demás es algo instintivo, fácil y automático, que no hay elección personal en esos pensamientos, ya que nuestra tendencia natural es la de creernos el centro del mundo, nuestra principal prioridad. Sin embargo, pensar en el otro, en que quizá tenga una vida más dura que la nuestra o haya sufrido algún drama reciente, es mucho más difícil y precisa un esfuerzo. Estaría bien hacerlo de vez en cuando, para variar, para rebelarnos contra nuestra sartreana tendencia natural a ser el infierno del otro. Es cuestión de destronar la arrogancia, de dejar de creernos el ombligo del mundo, de dejar de sobrevalorar las certidumbres y la seguridad en uno mismo. Es cuestión de escuchar al otro para poder debatir, de no abandonarse a la tiranía de lo opinionable, de no librar la constante batalla del ingenio. Cuestión también de no que querer ser siempre el más rápido en la red, el más listo, el más graciosillo, el más original, el más macho, el más fanfarrón, el más indomable… El más… El más… –momento selfie.


Christy Lee Rogers. Biondeggiante (Underwater photo)

El mar. Volvamos al mar y los peces, al encuentro entre el pez viejo y los peces jóvenes que van en dirección contraria y que no entienden el saludo del otro. ¿Qué diablos es el mar? Lo que está ahí mismo para ser mirado de otro modo. Hablemos de ello con calma, razonadamente, sin selfies, sin límite de caracteres. Hablemos de lo que quieras, del mar, de política, de medioambiente, de los otros. Pero hablemos, te lo ruego, con una condición previa, la de liberarnos mentalmente de la configuración egocéntrica por defecto con la que nacemos, para no descartar nunca la posibilidad de estar equivocados.

(©MJCodes)


2 comentarios:

  1. Para leerlo varias veces, para aprenderlo de memoria.
    Qué bueno, Mª José.
    Hablemos.
    María Tena

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  2. Gracias por tu comentario, María :) Aunque Mondadori acaba de publicar el discurso de una manera un tanto dudosa en mi opinión, ya que lo fragmenta en párrafos y frases para ocupar cierto número de páginas que conforme un libro, tú y yo ya lo conocíamos de antes ¿recuerdas? Nos lo pasó nuestra querida Gloria :) Qué bueno es hablar y verse "en persona" ;)

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